miércoles, 21 de diciembre de 2011

Reinserciones

El exceso de luz hace saber que a veces la oscuridad es necesaria. Sentado en una piedra me miraba expectante con ojos de interés. Aun lo veía todo nublado, me dolía el cuerpo, la caída fue demasiado violenta y el golpe bastante doloroso. Quería volver a mí, no sin antes contárselo todo. Me levanto como puedo, extrañado de mi propia persona, siendo consciente del largo periodo de recuperación tras mi declive mental y antes de comenzar la fusión, procedo con la retrospectiva.

Tantas cosas, demasiadas, llenas de magia. Infinitas quizás pero pocas iluminaban, muchas menos merecían la pena. Solo una era capaz de alzar a un alma desolada hacia donde llega la incierta humareda de infortunios y desdichas exhalada por aquel desconocido.

Subí a la montaña y grité, salté y volé. Atravesé las nubes sin abrir los ojos, creí llegar lejos, pero al elevar los parpados me topé con la base de nuevo. Parecía demasiado real, casi no lo pude creer, ahora entiendo el por qué. Como Ícaro, estuve cerca del sol, al despertar tan solo pude conformarme con mirar desde la lejanía aquello que solo en sueños pude tocar.

Imaginé atardeceres que nunca llegaban, sueños utópicos de coloridas tardes llenas de risas no siempre falaces ya que también las hay sinceras. Escapé del averno, todo empezó a ser menos aterrador. Pero ahora frente a mi, veo a lo lejos una nueva senda apagada e incierta con una parca en la entrada que sonríe y me dice, “bienvenido de nuevo”.

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