domingo, 28 de agosto de 2011

Reflexiones de medianoche.

Estaba en el patio a solas viendo como mi perro jugaba con un conejo mientras pensaba en la repulsión que siento a veces hacia el ser humano. Pensé en lo banal de la masa, en como hay gente que se siente superior a los demás solo por formar parte del colectivo, en lo futiles pensamientos que a algunos les hace adquirir una sociedad anodina y trivial alejando al sujeto de lo trascendente, lo inesperado, lo no premeditado.

Estamos condicionados por la multitud atolondrada del día a día. El ser humano medio no sabe ser uno siendo así uno más. Somos realmente inconscientes de la ignorancia que nos rodea a diario y nos hace quedarnos en lo visible, lo fundado, lo obvio sin ser capaces de ver más allá de lo que un mundo aparentemente despejado nos ofrece. Nos aferramos a dicho mundo cuando a este no hay que referirse en tercera persona si no en primera; mi mundo, o en segunda; tu mundo.

Es ese mundo interior el que hay que descubrir, ese mundo que descubrimos hace millones de años cuando los instintos primarios del ser humano convivían sin incomodidades con el estado de naturaleza.











**“Para contarte que quisiera ser un perro y oliscarte, vivir como animal que no se altera, tumbado al sol lamiéndose la breva, sin la necesidad de preguntarse si vengativos dioses nos condenaran, si por Tutatix el cielo sobre nuestras cabezas caerá”**

**Roberto iniesta**


sábado, 6 de agosto de 2011

Ficticio

De esas veces que nunca dices nada y a la vez sientes que se libra una batalla en tu interior, llena de sangre que emerge en forma de sentimientos. Llena de llantos de desesperación que obscenamente se rozan entre ellos bajo la persistente lluvia de sollozos descarados que un segundo antes de reventarse contra el suelo sueltan una carcajada burlona celebrando su victoria frente al fracaso del optimismo.

Sin que decir y al mismo tiempo diciéndolo todo. La ficción vuelve a atrapar a la trivialidad de lo real. Lo terrenal se desespera, se queda sin balas y tras un duelo a muerte vuelve a perder su personal juego de locos. Arrastrándose por el suelo, no sabe si pedir perdón, aceptar su derrota o resurgir como poderoso guerrero. Es cobarde, tiene miedo y mientras las primeras lágrimas aparecen en su lúgubre y taciturna mirada decide apagar su alma y caer en lo más hondo de su inframundo personal para simplemente viajar hacia la nada y morir indignamente arrepintiéndose de aquel residuo que un día fue en vida.

Yo, mientras tanto contemplo la contienda. Sin saber por qué, río. Una vez que todo ha terminado, aparto la mirada y recuerdo.